Después de la col, la lombarda, los pimientos rojos, la col de bruselas, los ajos, la remolacha, las guindillas, las zanahorias y otras delicias como el labne rosa de kéfir chucruteado… les tocaba el turno a los ¡espárragos trigueros! Gran descubrimiento.
Hace algo más de un mes puse a fermentar un bote de chucrut, pero además de la habitual zanahoria y ajitos, le puse espárragos trigueros y chirivía. Ayer llegó el sagrado momento de abrir el bote, ¡maravilloso! Los espárragos trigueros (escogí los más finos, y los gruesos los corté en dos longitudinalmente) se han convertido en un fermento exquisito. Mantienen algo de su textura, pero se han ablandado y se mastican sin problemas, y el sabor se ha atenuado, dejando un fondo de triguero que se combina con regusto de pepinillo y la acidez propia del chucrut. Una delicia. La chirivía, que yo tenía miedo de que «contaminara» todo el bote con su intenso sabor, ha absorbido los sabores de la col fermentada y se ha convertido en algo civilizado. La zanahoria y el ajo, como siempre, estupendos, no fallan.
La vida fermentada. La felicidad sencilla y plena del tiempo y las bacterias. La felicidad de los botes de cristal y las burbujas.
Pizza de feta, atún y chucrut
Después de una buena sesión de piscina el cuerpo me pedía algo saladito (y cerdo). Sí.
Con un trozo de masa que sobro de la noche de pizzas del día anterior e ingredientes salados: Feta de mentiras («queso mediterráneo» pone, tú; hecho en Dinamarca), atún, olivas negras y chucrut. Como todo eran ingredientes un tanto húmedos (el tomate era natural), tardó más de lo normal en secarse y hacerse, pero quedó crujiente y sabrosísima. Me gusta cada vez más usar el chucrut como ingrediente de aderezo, como una especia, encontrarte pequeños diamantes de sabor aquí y allá, explosiones controladas de acidez y sabor.