Los raviolis de bacalao de La Italiana

Estos raviolis son cosa fina. Están rellenos de bacalao; no me refiero a una pasta harinosa de starlux de pescado, sino que están llenitos de migas de bacalao que se deshilachan en tu boca y te la llena de sabor.

Raviolis de bacalao con ajo, pimentón y azafrán

Para no incordiarlos mucho, los puse simplemente con ajos fritos suavemente en aceite con pimentón de Murcia y azafrán. Al igual que su pasta fresca de sepia, creo que estos raviolis nos van a hacer volver a La Italiana.

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Tostada de cacahuete, pepino y sambal – HEMC 18 Legumbres

Sí, sí, ya sé. Pero es que el cacahuete es una legumbre (¡Je!).

Hace tiempo que quería probar esta receta que me pasó mi amiga Laurien, y qué mejor oportunidad que el HEMC de las legumbres que nos propone Alica.

Esta tostada es una muestra del gusto de los holandeses (como muchos otros países del centro y norte de Europa) por los sabores agridulces, por las mezclas que en el sur de Europa nos dan más reparo.

Siempre me ha chocado como países como Holanda o Inglaterra han sabido sacar más provecho gastronómico de su época colonial que España. Nosotros trajimos los ingredientes pero no los métodos o recetarios, eran diferentes épocas, claro. Así, el imaginario culinario cotidiano holandés tiene una cierta sobriedad (casi castellana diría yo) de platos sencillos y contundentes, como la sopa de guisantes, uno de los platos nacionales, o su manera de servir las carnes con las verduras cociditas cada una por separado, (como también les gusta a los británicos) en vez de servirlas en una mezcla estofada, como nos gusta en el sur. Pero, por otro lado, han desarrollado un gusto por las mezclas agridulces y por los ingredientes y maneras de sus colonias. Los platos de Indonesia o Surinam se pueden ya considerar casi tan holandeses como el Gouda de cominos; el nasi goreng o el moksi meti gustan a todos, mayores y jóvenes. Quiero decir que no son platos «de moda» o exóticos.

Esta tostadita me recuerda todas esas cosas. Tiene pan (mejor si es integral), matequilla (sí, ya sé), matequilla de cacahuete, pepino en rodajas y sambal (una pasta de pimiento picante de Indonesia).

Tostada de cacahuete, pepino y sambal

Ya sé que puede chocar poner mantequilla y mantequilla de cacahuete, pero hay que decir que en holandés, la pasta de cacahuete que nosotros (y los anglófonos) denominamos mantequilla se llama pindakaas, literalmente «queso de cacahuete». En Holanda yo diría que es tan habitual como en Inglaterra o los mismísimos EEUU, e incluso la usan con una mayor amplitud de miras en la cocina, como en esta tostada o en la salsa saté (o satay), que es muy habitual.

El resultado es sorprendentemente bueno. Se podría decir que es como ir a comer a un restaurante tailandés, pero en miniatura y express (por lo rápido que se hace). Está dulce, salado, picante y cremoso, como un buen curry verde.

No me gusta presentar más que una cosa al HEMC, para no saturarlo, pero en este caso, y por si hay alguna suspicacia, también os presento una receta que hice hace poco, Casarecce con garbanzos fritos, cebolla y foie.

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Foie de Carole y espárragos de Pili

A veces tienes la suerte de disfrutar de momentos, de personas, de comidas únicas. Cosas extraordinarias hechas con cariño.

Me encanta el español por palabras como libérrimo, que justifican todo un diccionario; pues el francés me encanta por la palabra convivialité. La convivialidad es esa característica tan humana de compartir la comida de manera social, de organizar una fiesta alrededor de la mesa para reunir a los amigos y compartir, más allá del mero hecho alimenticio. La convivialidad.

Es más, otro término para designar a esta reunión o banquete es la bellísima palabra ágape, que no significa otra cosa que amor en griego. Pero no un amor cualquiera, sino un amor desinteresado, el amor total. Por no desviarme mucho del foie de Carole, os copio sólamente un poco de la primera epístola de San Pablo a los Corintios, 1.13 (con perdón) acerca de este amor.

«Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de
los ángeles, si me falta amor sería como bronce que
resuena o campana que retiñe.

Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos
los misterios ,el saber más elevado, aunque tuviera
tanta fe como para mover montañas, si me falta amor
nada soy.

Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso
sacrificara mi cuerpo, pero fuera sólo para recibir alabanzas
sin tener amor, de nada me sirve.»

Que es exactamente lo que repiten (en griego) los coros que cantan el himno de la unificación de Europa en «Azul» de Kieslowski: agapé. Fin del tioteorías de hoy, volvamos al foie.

Carole hizo en Lille un par de tarrinas de foie fresco; de oporto y de brandy. Según parece, es bastante sencillo. El higado se macera suavemente durante 1 día con algo de sal, pimienta y el alcohol deseado, y después se cuece al baño maría en un horno levísimo, poco menos que templado. El truco está en que el foie sea de calidad y en quitarle bien los nervios. Por lo que cuenta Carole, se nota cuando los foies vienen de aves estresadas (más de lo que se les estresa habitualmente para hacer foie, se entiende) porque tienen muchos más nervios. Un foie de calidad tiene muy pocos. No hay palabras en mis diccionarios para describir el foie de Carole.

Foie de Carole

Y luego están los espárragos de Pili, de Pitillas. Vinieron en una lata sin etiqueta, donde tan sólo se leía la palabra «Pili» escrita con rotulador. Uno la imagina yendo a recoger sus espárragos (unos mas gruesos, unos más finos) una vez enlatados; casi puedo imaginar el amor con el que reparte sus latas entre las personas más cercanas.

Espárragos de Pili de Pitillas

Estas son las cosas que, sin duda, más valoro. Las cosas únicas, hechas y compartidas con cariño. Magnífico ágape.

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Pasta de sepia y mantequilla Soresina de La Italiana

Hemos descubierto un pequeño tesoro en Barcelona. La tienda La Italiana. Es una tienda con más de 100 años de historia, que vende una maravillosa pasta fresca propia. Sus cintas de pasta de sepia son sencillamente sublimes: la textura, el aroma…simplemente con unos langostinos pasados por aceite y ajo se convierten en algo único*.

Pasta de sepia de La Italiana
Pasta de sepia con langostinos

Todavía tengo en la memoria del gusto la sensación libidinosa de esas cintas negras y largas (larguísimas) al pasar por la lengua. Por no hablar de sus raviolis de bacalao…otro día hablo de sus raviolis de bacalao, ¡ay los raviolis de bacalao!

Bueno, y por no hablar de los productos italianos que tienen. Una buena colección de quesos y embutidos, además de varias mantequillas de nota. Tienen la mantequilla Beppino Occelli (sí, la mejor del mundo) que ya habíamos probado en Londres, y esta Soresina que, además de una lata preciosa, tiene un sabor muy natural, como a leche fresca.

Mantequilla Sorensina

Barcelona, poco a poco, va desvelando alguno de sus secretos, sus pequeños lugares cotidianos. A pesar de ese frenesí moderno que la consume, alberga maravillosos lugares como La Italiana.

* La pasta de sepia con langostinos, ajo y una pizca de picante es también de Ana.

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Masa Madre: un mes más tarde

¿Y qué pasa cuando no se usa la masa madre y se deja en la nevera durante mucho tiempo? Pues esto:

Masa madre después de un mes de inactividad

Hace un mes, cuando hice los post sobre cómo hacer pan, dejé el bote con la reserva de masa madre en la nevera (una vez llegado al punto 3 del proceso para hacer pan). Con el tiempo, la masa madre se ha decantado y un líquido oscuro cubre la pasta. Este líquido alcohólico es como una protocerveza (bueno, es un decir) de sabor ponzoñoso y sin mucho interés, así que lo tiraremos.

Lo que haremos ahora es revivir a la masa madre. Aunque parezca mentira ¡hay vida ahí dentro!, ya que las levaduras y bacterias que componen la masa madre son muy resistentes. Estaban aquí mucho antes que nosotros y fácilmente nos sobrevivirán durante milenios. Es más, es curioso comprobar que, tras un mes en la nevera, la mezcla no presenta signos «obvios» de putrefacción; no tiene moho ni hongos aparentes, no huele a podrido (si se deja muchos meses puede llegar a desarrollar un nítido olor a acetona, pero aún así hay vida). La combinación de bacterias y levaduras que la componen se encargan de mantenerla sana, con una curiosa asepsia, limpia de bichos malos que la corrompan, algo sorprendente y que despierta mi más profunda admiración por el mundo natural.

Para devolver a la masa un aspecto lustroso y vital volveremos al paso 2 del proceso para hacer masa madre. Así de fácil: simplemente tiramos la mitad del contenido del bote y volvemos a añadir harina y agua hasta llenarlo al nivel anterior. Ahora tan sólo hay que esperar a que el ser vivo que hemos cuidado con tanto cariño reviva y se ponga fuerte; es decir, empiece a burbujear de nuevo.

Masa madre llena de alegría al revivir

Como sucede con el procedimiento inicial, no hay reglas exactas, porque los condicionantes de cada caso son diferentes: estado de la masa, temperatura exterior, temperatura de la nevera, harina, agua, etc. La cosa puede variar desde las 4 horas hasta 1 ó 2 días. Normalmente con unas horas bastará. No obstante, al haber estado durmiendo durante bastante tiempo, las bacterias ácidas se habrán acomodado mejor que las levaduras, así que la masa estará bastante ácida; es aconsejable que esta vez le demos un par de ciclos de alimentación antes de panificar, para que se rebaje la acidez y la masa «se ponga en forma». De esta manera, ganará en fuerza y sabor. Hay un hecho constatable y es que, cuanto más se usa y se alimenta la masa madre, mejor sale el pan; mejora su sabor y su miga.

En casos extremos la masa puede estar muy débil y requerirá de cuidados intensivos (la UVI de las masas madre); un ambiente más cálido, harina integral de buena calidad, etc.

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Anchoas de l’Escala y anchoas de Santoña

Soy un gran consumidor de anchoas del Cantábrico (normalmente de Santoña). Pero, aquí en Barcelona, he probado las anchoas de L’Escala. Ya las conocía desde que estuve en el pueblo mismo, pero con estos días de fiesta pasados me he animado a tomar el tiempo de preparlas, ¡y comerlas!.

Anchoas de l'Escala y anchoas de Santoña

La foto está compuesta por 2: a la izquierda, las de Mediterráneo; a la derecha, las del Cantábrico.

Anchoas de l'Escala

Las anchoas de l’Escala vienen en salazón y requieren de bastante preparación (si quieres tener un buen plato); tienes que limpiarlas, quitarles la espina y las vísceras, y ponerlas en aceite. El aroma nada más abrir el bote es fantástico, un aroma marino, potente y rico.

La verdad es que son muy ricas. El sabor y la textura está a medio camino entre los boquerones en vinagre (cocidos por el ácido del vinagre) las anchoas en aceite de Santoña (cocidas por la salazón).

Las de Santoña (tenemos la suerte de disfrutar de esos botes sin etiquetas ni marcas, de una señora que las hace allí, de manera casera) son de carnes «más prietas». Imagino que, en parte, será por el secado «profesional» que elimina mucha más agua que el secado casero que tuvieron las de l’Escala.

Anchoas de l'Escala y aceitunas de Campo Real y Ye-Ye

A la izquierda, una mezcla de Campo Real y Ye-Ye (no, no he retocado la foto, el verde era casi fosforito), en el centro, unas malagueñas (deliciosas, de piel dura y que requieren mucho masticado), y la derecha, unas anchoas de l’Escala…¿donde está la cerveza?

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Alimento para el alma

A veces se me ocurre que lo que me interesa de la comida no pertenece realmente al ámbito del plato, de la mesa. Hay algo más.

Se me antoja que es lo interior lo que está necesitado de su alimento. Es precisamente todo lo que nos compone por dentro lo que se nutre de los alimentos. Pero no son los intestinos los que absorben el bolo de la digestión (como se empeñaban en enseñarnos en la escuela). Son los estímulos, recuerdos, sensaciones e ideas que la comida es capaz de despertar lo que nos alimenta, cualquiera que sea su preparación y cantidad.

De vez en cuando hay alimentos que, sin haber llegado a saborearlos, pueden tener su efecto como por dentro. En parte, la hogaza de haikumore de ayer me ha traído estas viejas ideas.

Poco más tarde, en la encimera de la cocina, precisamente en el lugar donde habitualmente amaso, aliño, corto, revuelvo, pelo o trituro los alimentos, he visto estas imágenes.

2334 gramos de palabras
2235 gramos de palabras

He podido constatar como las miles de palabras que llenan de sentido al María Moliner de la «a» a la «i» pesan exactamente 2334 gramos; 99 gramos más que las miles de palabras que lo llenan de sentido de la «j» a la «z», que pesan 2235 gramos.

99 gramos de palabras.

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