Ahora que sé que mis días en esta ciudad están contados, apuro mis ultimos tragos de ale.
Me gusta la London Pride, la de la foto (¡qué remedio, es la que hay por todos lados!), aunque últimamente la más rica que he probado, con diferencia, es la Bombardier. Pero esto depende tantísimo del sitio donde te la tomas, que a veces te llevas sorpresas.
Yo soy muy cervecero, y no me costó acostumbrarme al sabor afrutado y profundo de la ale, pero reconozco que puede chocar al principio, vamos, que es otro «acquired taste» (sí, la reina estaría orgullosa de mi). El sabor es muchísimo más complejo que el de la cerveza «rubia» (lager) que se encuentra en la mayoría de los sitios en España. Dependiendo de la marca de ale, el sabor varia de florar a meloso, o con notas de amargor y cereal. Una cosa fascinante, ya digo.
Además, la ale es la cerveza más «panadera», ya que las de verdad siguen fermentando en el envase (ya sea el barril o la botella), y las levaduras están presentes. Se puede decir que la ale está viva, por eso tiene un sabor tan natural y fresco.
Es muy fácil identificar las ale, incluso antes de que el camarero haya cogido un vaso para servirla; ya que a las ale no les añaden gas carbónico, con lo cual hay que bombear para que la cerveza salga por el tirador. Los tiradores de ale tienen una palanca muy larga, para hacer más fuerza; en un par de bombeos te han llenado el vaso de pinta. Esto me encanta, ya que no me gustan las cervezas con demasiado gas, lo encuentro mucho más natural. Además, la ale no se sirve terriblemente fría, conlo cual los sabores son mucho más pronunciados.
Técnicamente lo que pasa es que la ale se fermenta menos tiempo y a temperatura más alta que la cerveza lager, a la que estamos más acostumbrados. El método de fermentación (el uso de las levaduras) también es diferente al de la lager, así que el resultado es una cerveza más dulce. La ale es la cerveza que tradicionalmente se producía en verano; la lager es la cerveza que fermentaba durante los largos meses del invierno, con un amargor más profundo.
Sin ser Alemania (mi meca cervecera) hay bastante variedad, y allí donde vayas tienen buena ale. Aquí al lado de Londres, en Kent, incluso hay una con Denominación de Origen Protegida por la UE, la Kentish Ale, que se hace en la cervecería más antigua de Inglaterra, en Faversham. Como esta es gente de poca eurosimpatía, pues tampoco publicitan mucho el hecho de que es un producto con euroalcurnia.
Esto es, sin duda, algo que echaré de menos…ahora que le estaba cogiendo el callo: «A pint of ale and a packet of crisps, please»
Pilavuna y rollo de mak
A veces memorizo involuntariamente frases de libros que me gustan. No tienen por qué ser grandes versos, simplemente frases. Como esa de «Catedral» que empieza «Este amigo mío del trabajo, Bud…»; o las preguntas a mi único contacto al otro lado de la frontera «¿Encuentra su amor respuesta en un veinte o veintidos por ciento de los casos?»; o la del libro de Dan Lepard que dice «Los británicos eran una nación de comedores de bollos…» Así que estas son las frases que te construyen por dentro.
Siempre que veo, o como, un bollo me acuerdo de esa frase de Dan Lepard. Lo bueno de estas frases es que, con el tiempo, las vas retorciendo en tu memoria, y se van acomodando a tus palabras y forma de hablar, a tus muebles sintácticos, vaya.
Estas últimas semanas me han traído buenos bollos.
Lo de arriba es una pilavuna; me dijeron que es una especialidad de Chipre, aunque seguramente será popular tanto en Grecia como en Turquía. Yo la compré aquí en Londres, en Green Lanes, uno de los centros de la comunidad turca. Es uno de los panes más sorprendentes que he probado. Como se aprecia en la foto, la masa de pan es tan rica que va envuelta en una especie de tortita doblada en cuatro y espolvoreada con ajonjolí (fijo que los chipriotas cuando lo espolvorean piensan en una palabra tan bonita como ajonjolí). La masa contenida dentro es rica en queso y tiene además menta, canela y pasas. Todo ello se combina para que el sabor sea realmene único. La dependienta que me atendió en la panadería de Yasar Halim (un sitio a visitar en Londres) me comentó como la pilavuna es deliciosa caliente con una taza de té, así que tosté ligeramente esta de la foto (no tanto por tostarla como por calentarla).
Lo de abajo es un rollo de semillas de amapola y me lo trajo de Polonia mi compañera de trabajo Marta, que es de allí. Hace un año hablé de algo similar, aunque este era (obviamente) más fresco y sutil. El relleno está hecho con semillas de amapola, aunque en España todo el mundo diría que parece una especie de napolitana o espiral de chocolate. Yo con el tiempo he desarrollado una especial devoción por las semillas de amapola, sobre todo en bollería y repostería. La primera vez que tuve conciencia de ellas fue en Alemania, donde le dicen «Mohn», así que durante años fue Mohn. Recuerdo que una vez, de viaje por Alemania en diciembre, tomamos un yogur especial de navidad, de Mohn y canela. Ultimamente lo encuentro más en recetas polacas (como el Makowiec) o centroeuropeas donde lo llaman «mak», así que lo suelo llamar mak. El sabor y la textura del mak son dificiles de explicar, si bien podría recordar muy levemente a algo con almendra, digamos que «lejanamente amazapanado». Cuando lo masticas, las semillitas de amapola crujen y te dejan los dientes sucios.