Primero sofreí las patatas con ajitos, grasa de pato, mantequilla (y hasta un poco de aceite de oliva); después eché una lata de Voll-Damm, pimienta, nuez moscada y las estofé; finalmente, hice una costra (como si fuera un crumble) con nueces majadas y parmesano rallado, y lo gratiné hasta que cogió color.
Con las grasas y la cerveza, las patatas quedan melositas, y la costra es bastante brutal. Al comerlo, ya en el plato, te vas encontrando los trozos de costra.
Pocas cosas en la nevera, mucho sabor.
La col de Bruselas chucruteada
Sí, es la col de Bruselas; no es un recurso chungo de restaurante modernista, que vendría antes de cosas como «y su pilpil» o «con su crujiente».
Incomprensiblemente, la última parte de la última tanda chucruteadora se torció; no sólo le salió moho, sino que olía muy mal, realmente mal. Al tirarla, me di cuenta de que la parte del fondo de la chucrutera (que contenía coles de bruselas chucruteadas enteras) no olía mal. Salvé una para su estudio: la col de Bruselas chucruteada.
Abrí la col en dos. Como era de esperar, la parte inferior, sumergida en su baño de ácido láctico… estaba buena. La fermentación es así. Puse otra tanda con tres lombardas, medio kilo de zanahorias y cuatro dientes de ajo. La vida que yo veo anhela los extremos confines; el desierto, la selva, y nada más.