Después del descubrimiento de los semlor, de ese momento mágico de comunión, llegó el momento de hacerlos en casa. Anders me dejó un fantástico libro de panadería y pastelería tradicional sueca (que estoy disfrutando como un verdadero poseso), me consiguió los ingredientes, y me invitó a que probara la receta de los semlor; sin enseñarme, sin dirigirme. Así que me puse a ello.
Es una masa enriquecida y fermentada con levadura y con «sal de cuerno de venado». Bueno, así es como se ha llamado tradicionalmente al bicarbonato de amonio, hjorthornssalt (que es de donde se sacaba). Antes de la levadura química (Royal), se usaban otras sustancias para levar las masas, y una muy popular era esta. Lo maravilloso del asunto es que en panadería y pastelería sueca se sigue empleando este dinosaurio, en bollos y también en panes planos como el tunnbröd. De hecho, el romance amónico nórdico no acaba ahí, ya que los regalices más populares en los países nórdicos tienen salmiak (cloruro amónico), una sal que los hace salados y potentes.
Es una de las cosas más curiosas con las que he hecho pan. Abres el sobre y apesta a amoniaco; de hecho, te entran serias dudas de si realmente vas a echar aquello en tu masa; pero vaya, que también he usado sosa caústica para hacer brezels.
Los semlor van aromatizados con cardamomo, lo que les da un toque especial (es maravilloso cómo combina el cardamomo con los lácteos), que casi se transfiere a la nata montada. Para la cena, con la complicidad de Anders y los ojillos que se le ponen cuando sonríe pensando en dulces, nos pusimos las botas con extra de mazapán en el relleno y extra de nata montada. Siguiendo sus instrucciones, yo lo tomé en un tazón de leche caliente (y con la tapa cortada en triángulo). «Ahora ya sabes a que saba mi infancia», me dijo. Es especial; el bollo va absorbiendo la leche por la base, así que te tomas la parte de arriba fresca, seca: primero la tapa, luego empiezas a tomar la nata y el mazapán a cucharadas, luego lo mezclas con miga aromática, y finalmente tomas todo junto, incluyendo la parte inferior, que está totalmente empapada de leche tibia. Es sorprendente, los últimos mordiscos recuerdan mucho a una buena torrija, jugosa y llena de sustancia. Es inevitable cerrar los ojos, sonreír y pensar: «qué gente tan sabia» (cosa que también me sucede con la comida turca, la comida india y cosas sencillas como una sopa de ajo).
Miel de la granja
No lejos de la piedra rúnica están las colmenas.
Miel de casa. Para la tostada, para las gachas de avena.