Mi tostada favorita. Pan amargo de centeno tostado con aguacate, aceite de oliva y limón.

Qué pena.
Mi tostada favorita. Pan amargo de centeno tostado con aguacate, aceite de oliva y limón.
Qué pena.
Una de las cosas que notas al panificar a menudo es que la harina, al contrario de lo que la mayoría cree, caduca fácilmente. Bueno, de esto te das cuenta si eres un poco enfermo de las harinas y tienes una buena colección. Sobre todo las integrales se ponen rancias muy rápido, porque tienen todas sus grasas (al de un par de veces, identificas el peculiar olor de la harina pasada con gran pericia). Así que, de cuando en cuando, hay que hacer una hogaza mil cereales con restos de harinas de aquí y de allá.
La más tostada es un pan de muchas harinas, desde Wessex a Rincón del Segura, pasando por Francia y Gales.
La de debajo es de trigo con un poco de centeno tamizado. Normalmente retardo en la nevera la mayoría de los panes que hago (porque me encanta la textura y el sabor), pero últimamente los estoy metiendo al horno directamente de la nevera, sin darles tiempo a atemperarse y reanudar la fermentación a temperatura ambiente durante un rato. Esto, según mis observaciones, tiene varios efectos en el pan (mañana pondré más observaciones): por un lado, la miga queda más ligera, no tiene esa textura más «recia» que le suele dar la larga fermentación de masa madre a temperatura ambiente; por otro lado, el sabor no es tan acentuado (ninguno de estos dos efectos me gusta personalmente demasiado, la verdad); y, por último, la subida del pan en el horno es más gradual, sube como en dos veces a lo largo de casi media hora (de ahí que el pan de abajo agotara la expansión del corte y saliera por donde pudo) al contrario del pan que se cuece a temperatura ambiente, que alcanza mucho más rápido su volumen final.
Como llevo un científico dentro, estoy haciendo experimentos con esto, ya que el resultado de hornear así es muy bueno (aunque no sea «my cup of tea»). Creo que a mucha gente que el pan de masa madre le resulta muy «basto», este método le puede gustar mucho.
Para conseguir un poco más de profundidad en el sabor, sin perder la textura, incorporé a la masa de trigo un poco de harina de centeno, pero la tamicé con cuidado. De esta manera, imité a las increíbles harinas de centeno «blanco», ligero, como la rågsikt que vi en Suecia. Este toque de centeno ha conseguido, efectivamente, un sabor más pronunciado y ha ganado algo en textura.
Otra característica de este pan, que he podido constatar en mis observaciones científicas, es que tiene la curiosa constumbre de imitar a los riscos de Monserrat.
Sí, ya sé.
Desde lo alto del Montseny se veía un mar de nubes.
Encontramos un nacimiento en una cantimplora atada a una roca.
Así que me bajé de mi camello e hice una ofrenda de queso y pickle.
El sandwich estaba muy bueno.
Hace unos días me lancé a hacer unos dulces típicos holandeses,los Zeeuwse bolussen, sin haberlos probado nunca. Pues bien, hoy traigo los auténticos bolussen, traídos directamente de Middelburg, Zeeland (no sé si lo había dicho, pero de ahí viene Zeeuwse).
De hecho, los he probado como un auténtico holandés, con mantequilla (¡hay que ser muy holandés para esto!). La verdad es que, para no haberlos probado nunca, considero que hice una versión bastante aceptable.
Los bolussen de verdad tienen una miga más ligera (y tal vez un poco más de aroma a limón); pero lo que tienen en abundancia es el caramelo de canela que se forma al hornear. No sólo te pringas deliciosamente los dedos, sino que dejan regueros de caramelo por todos lados. Así que la próxima vez les pondré triple de azúcar. Eso sí, tiene que ser azúcar «humedo», de caña o similar, para conseguir ese pringue tan especial.
El enrollado también varía un poco, los extremos van muy chafados y la forma es más bien rectangular, esto puede ser tanto por la forma que se les da, como por el paquete o por la forma de hornearlos… Inderdaad erg lekker!
Pan y Bach.
Mejor: pan, Bach, PG y una tartine de cassonade. Me encanta la palabra tartine, es sublime. Su verbo, tartiner, es tan bonito que hasta da vergüenza decirlo demasiado: tartiner, tartine à tartiner.
Esta cassonade era la última cucharada de la que me sobró mezclada con canela de los Zeeuwse bolussen y que tanta felicidad nos ha dado. El pan en cuestión es este.
Panificando con la nevera
Normalmente utilizo la nevera para hacer pan. Me gusta dejar el pan una noche allí antes de hornearlo, con la fermentación casi detenida. De este modo el pan adquiere una textura y sabor más acentuados, y además puedo tener control absoluto de los horarios de fermentación y horneado, como dice Jack Lang.
Normalmente refresco la masa madre unas horas (mientras estoy fuera de casa),mezclo, reposo, amaso y dejo fermentar la masa un poco antes de meterla al frigo. Al día siguiente (o al de dos días, si me apetece una textura aún más rústica) saco la masa y la dejo fermentar unas cuatro o cinco horas. No obstante, estoy experimentando estos días metiendo la masa directamente del frigo al horno.
El resultado de hornear la masa fría es, según mis observaciones, un sabor no tan pronunciado y una textura más «tierna». Un pan más húmedo y esponjoso. Aunque a mi me gusta más como lo hacía antes, me he propuesto hacer un experimento por si a alguien le pueda interesar. Para gente a la que el sabor del pan retardado le resulte muy fuerte, o que prefiera una miga más blandita, sin esa «gelatinización» como de pan de pueblo, que a mi me enloquece. Como hago cada semana, he preparado una masa con masa madre, harina, agua y sal. Llegado el momento de dividirla y formar las hogazas, las he pesado con cuidado para que fueran exactamente iguales, 530 gramos. Las he dejado fermentar dos horas y las he metido al frigo. Al día siguiente he introducido la variación; he sacado una de la nevera cuatro horas antes del horneado, mientras que la otra ha ido directa del frigo al horno.
Justo antes de meterlas al horno, las dos pelotitas de masa, que eran gemelas originalmente, ya estaban algo diferentes. La de la izquierda, que había tenido tiempo de fermentar a temperatura ambiente, se había hinchado algo (como es lógico); la de la derecha estaba casi igual que la noche anterior.
Ahora viene el horneado, donde siguen las diferencias. He hecho una pequeña película compuesta por fotogramas tomados durante el horneado cada 30 segundos. Si os fijáis con detenimiento, la masa de la izquierda alcanza su expansión máxima al de 2 segundos; mientras que la de la derecha continúa creciendo durante casi otros dos segundos más, casi hasta el segundo 4. El corte en las dos masas era exactamente el mismo, lo que pasa es que la masa fría estaba más compacta, y la masa de desgarró menos, por eso parece que la masa de la izquierda tenga un corte mayor.
[youtube]Ra2MVnt-SNU[/youtube]
Esta es una de las diferencias, lógica por otra parte, al hornear así. El pan crece más lentamente, continúa expandiéndose desde dentro durante más tiempo. Esto requiere que la humedad sea constante, para que no se forme una corteza sólida tan pronto. Como se puede ver en el vídeo, la corteza del pan de la derecha (el que venía directo del frigo) se formó demasiado pronto, y la masa siguió creciendo por donde pudo, en este caso por el primer punto débil que encontró. Normalmente para eso se hacen los cortes, para que el pan pueda «escapar» por un lugar predeterminado; el tiempo y la habilidad de los panaderos ha hecho que una cuestión meramente utilitaria como esta, se haya convertido en algo decorativo.
El pan de la izquierda, el que fermentó antes del horneado, ha salido más grande, pero es que partía de un volumen mayor; el de la derecha, el que entró en frío, ha crecido mucho, dado que partía de un volumen menor.
Tengo que decir que, como estaba grabando el vídeo, no pude intervenir en el horneado, introduciendo humedad para facilitar el crecimiento de las hogazas. Posiblemente, si hubiera intervenido, las dos hogazas hubieran crecido algo más y, sobre todo, la de la derecha hubiera seguido expandiéndose por el lugar previsto.
En cuanto a la textura de la miga, como se puede ver en la siguiente foto, son bastante diferentes. Pesé las dos hogazas antes y después del horneado. Si antes del horneado las dos pesaban 530 gr, después su peso varió. La fermentada pesó tan sólo 465 gr, mientras que la horneada en frío retuvo más agua, pesando 477 gr. La verdad es que no sé si la diferencia de textura está en esos 11 gramos (hay que pensar que son 11 gr de agua en menos volumen), pero puede darnos una pista acerca de la humedad del pan.
Aunque el sabor y la textura en boca no se puede plasmar en foto, se puede apreciar que la estructura de la miga también es diferente, una algo más abierta, la otra más tupida, siendo las dos muy esponjosas. Para este experimento no realicé ningún estirado especial (stretch and fold) que suele favorecer una textura más abierta y variada.
Este es un sencillo experimento que muestra como, variando un pequeño detalle en la elaboración (incluso con la misma cantidad de agua y harina), se pueden obtener resultados muy diferentes. A mí lo que más me gusta es probar, afinar, experimentar con esta hogaza. La he repetido cientos de veces, cambiando pequeños detalles, tiempos, cantidades, proporciones, temperaturas, y nunca dejo de aprender. Complejos razonamientos científicos explican lo que sucede antes y después del horneado, pero el asombro al ver subir una hogaza en el horno es algo inexplicable que creo que compartimos todos los que hacemos pan.
Mirando hacia atrás, viendo las hogazas que he hecho desde que empecé a panificar, puedo ver que no soy demasiado amigo del pan con muchas «cosas» («pan con moviditas» como dice mi madre, que también es panadera), ya que lo que me interesa es el alma del pan, su textura y sabor. A cada nueva variación, siento que el pan nunca deja de sorprenderme, y que tengo tanto por aprender.