Con espumita.
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(Este post tenía ganas de hacerlo desde que abrí el blog.)
Con espumita.
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(Este post tenía ganas de hacerlo desde que abrí el blog.)
Otra pequeña institución londinense; un sandwich de lomo muy especial.
El lomo (donde dice bacon en inglés, quiere decir lomo en español) es rosado, de la raza Gloucestershire Old Spot; y el pan es de St. John, creo que es el sitio donde hacen el pan que más me gusta. Y eso es todo; porque no hay nada más, ni mantequilla, ni nada.
El sandwich, como muchas de las cosas que hacen en St. John, es de una sencillez maravillosa, una especie de minimalismo espiritual (ya se me ha ido la olla otra vez); es difícil de expresar. El pan es excelso, la palabra «pan de molde» no lo define ni lo abarca; son dos gruesas rebanadas tostadas hasta llegar casi al carbón en los bordes, y la grasa del propio lomo es lo único que empapa la miga. Eso sí, viene con una buena dosis de salsa de tomate casero; una especie de ketchup aromatiquísimo, me recuerda a los mejores que he tomado en el Este de Europa, con mucho sabor a encurtido, a pepinillo, a eneldo.
Ah, las tazas de té no son pequeñas; el sandwich es inmenso, es como tomarse dos gruesos sándwiches.
Una institución que es como el Camino de Santiago: hay que vivirlo al menos una vez en la vida. Viajar en el tiempo a los mandos de un servicio de plata y una exquisita mezcla de té.
En este caso, en el hotel más antiguo de Londres, el Brown’s, que ha recibido el galardón al mejor afternoon tea en 2009. Una vez en Mayfair, se sienta uno tranquilamente en pleno s. XIX y se deja hacer; para esto se inventó el verbo inglés to linger. Que vengan las teteras calientes con sutiles mezclas, los sandwiches más delicados: berros con huevo; tomate y cheddar; pepino en pan integral; salmón ahumado; salt beef con pepinillos. Después, o antes (qué más da), los scones más ligeros y mantequillosos que he probado (por supuesto, con bien de clotted cream, creo que aún se acuerdan de mí). También petit fours y pasteles, todo utterly British, como el Victoria sponge.
Tras hora y media, volver al s. XXI es extraño; ves las cosas de otra manera, nueva y antigua a la vez.
(Sube el volumen.)
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La parte superior crujiente, con un olor limpio a dulce fresco y bueno, el centro relleno de esa sensación a dulzor y frutos secos que da el pistacho, y la base chorreante de almíbar puro.
Todo pequeño: los ñoquitos, las minizanahorias de la huerta en el balcón. Con beicon frito en mantequilla y aceite (y bien de pimienta).
También tiene un poco de ajo picado muy fino e incorporado en el último momento, para que no pierda su sabor fresco y picante.
El Este de Europa en frío.
Bueno, los pepinillos realmente tendrían que llamarse pepinillazos.
El kvas era del tipo industrial, llevaba levadura, pero también extractos de malta de cebada y centeno concentrados y un tanto fuertes; me recordó mucho a la Supermalt y ese tipo de bebidas de malta con un toque dulce y espeso. En Londres siempre me quedé con las ganas de hacerle una entrada a la Supermalt, hecha en Dinamarca…pero que hace las delicias de la población caribeña y africana (!).
Grissini
Ando preparando unos pancitos de fiesta para una ocasión muy especial. Aquí, unas pruebas de grisines (grissini), blancos, con parmesano y con sátar (zaatar halabi). Crujientes y muy sabrosos, incluso los blancos.
Siguiendo la receta de Jeffrey Hamelman, qué gran libro. Creo que es mi libro de referencia favorito. La receta usa 12% de aceite de oliva y 10% de mantequilla (y 3% de levadura para poder levantar todo eso), queda una masa sabrosísima.