Chez mon frère.
No recuerdo la última vez que me tomé una nécora. Es más que posible que no fuera en este milenio. Qué rica.
Chez mon frère.
No recuerdo la última vez que me tomé una nécora. Es más que posible que no fuera en este milenio. Qué rica.
Fermento sobre fermento. Puse un poco de chucrut de lombarda con kéfir, lo pasé por la batidora y lo colé.
El resultado me ha parecido inesperadamente bueno. Tiene ese toque saladito, ácido y refrescante de un buen ayran, o un lassi. Esa sensación maravillosa que te abre el apetito y te hace sentirte bien antes de una buena comida. En este caso, el chucrut de lombarda tenía (además de su sabor complejo) un poquito de ajo, lo que se ha traducido en un complemento delicioso al sabor de lácteo fermentado.
Tengo más ambiciosos planes para encaminar mis próximos pasos fermentadores.
Con la sopa de verduras que sobró ayer.
Bueno, vale, no puedo ocultarlo: le he puesto una costra de pan de verdad, queso, mostaza en grano y vino blanco.
Hay un día que siempre llega: el día de abrir la chucrutera.
Tras semanas de esperar, abres la tapa y metes el hocico. Es un instante de vegetal emoción. Después, sacar el chucrut con las manos llenas, chorreante y aromático.
Se te escurre entre los dedos el jugo sabroso. Y luego llenar los botes, como si fueran pequeños regalos llenos de color.
Ahora aguardarán en la nevera hasta que les llegue su hora. Bueno, un poco caerá en la comida. Pero aún queda algo más; disfrutar del zumo de chucrut.
Oh, elixir aromático. Cuesta creer que esto sea jugo de col fermentado (bueno, en este caso lombarda), sin más ingredientes. Creo que al tomarlo siento la misma admiración que al tomar vino, cuesta creer que aquello es simplemente el zumo de la uva fermentado.
Y comino, claro.
Bueno, y zanahoria.
Fariña
Me mandaron desde Galicia un paquetito de harina del Molino del abuelo, en Lalín.
Es una harina fantástica, tiene buen color, y en cuanto toca el agua se tiñe de unos tonos cremosos, marrones, arcillosos. Es una verdadera gozada de trabajar, absorbe muchísima agua y después es muy maleable.
Una vez cocido, el pan no hace más que confirmar lo que ya sabías. El color de la miga es oscuro, y su sabor es fantástico, un poco como a espelta, con una nota diferente a otros trigos. En la foto inferior lo comparo con otro pan. A la izquierda, una rebanada de pan hecho con harina blanca y un poquito de integral; a la derecha, una rebanada de pan hecho 100% con harina gallega. No sé si en la foto se aprecia bien, en directo es todavía más cremoso y oscuro (realmente el blanco también tiene un toque cremoso, en la foto aparece más blanco de lo que es).
La corteza (en esta foto la hogaza gallega está a la izquierda) tiene unos tonos dorados muy chulos también, y en el horno olía nítidamente a maíz.
El pan es bueno, el paquete es moi fermoso.