Huevos fritos con patatas fritas

Gordas como dedos.

GordasDedos

Y crianza; no se hacen prisioneros.

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Pan y panaderías en Armenia

En Armenia estuve menos tiempo que en Georgia, pero la presencia (y el recuerdo) de su pan también es importante.

PGALavashMaking
Me pareció otro país de pan, gentes acostumbradas a acompañar su comida con pan, a servir la comida dentro del pan, incluso a usarlo como utensilio; como el lavash. El lavash se veía por todos lados, fresco, en bolsas, colgado secándose. Una de las imágenes más inolvidables es la de una panadería donde lo elaboraban sin cesar.

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A diferencia de Georgia, donde el pan shoti era cuestión de hombres, el lavash es un asunto femenino. Además, en vez de panaderos solitarios, como en Georgia, las panaderías de Ereván eran cuestión de dos; una mujer estira los trozos de elástica masa con las manos y el rodillo, y los pasa a la otra que, sentada en el suelo, los voltea en el aire con un movimiento tan preciso como espectacular, los forma sobre una especie de almohada, y finalmente los pegar directamente sobre las paredes del tonir, un horno enterrado, similar al georgiano, y pariente también de los hornos que se encuentran a lo largo de la Ruta de la seda; desde la India, pasando por Persia hasta el Mar Negro. El lavash está unos pocos segundos en el horno, tiempo suficiente para salir con grandes burbujas como ampollas y pequeños toques oscuros aquí y allá.

Cuando está fresco, el lavash se usa para todo, desde enrollar un shashlik a servir de base a unos gruesos pedazos de asado jorovats (khorovats) de cerdo, pleno de cilantro fresco y cebolla.

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Cuando se seca, se endurece y es casi como una galleta crujiente; para platos de sopa o yogur se vuelve a hidratar y tiene una segunda vida.

Uno de los platos nacionales de Armenia, el lahmacun, es una especie de masa de lavash, finísima, con carne de cordero y verduras. En Armenia lo tomé siempre con limón; en restaurantes turcos siempre lo he tomado con ensalada; desde hace años es sin duda una de mis comidas favoritas.
PGALahmacun

El lahmacun en Armenia me pareció finísimo, hecho con masa sin fermento, de tono blanquísimo y fina hasta el extremo.

Otro pan que se veía mucho es pariente de los panes planos, esponjosos y de trigo dulzón que se encuentran desde el sur del Mediterráneo hasta la India; el matnakash. No era difícil encontrar panaderías que lo hicieran, redondo, plano, con sus característicos surcos paralelos. En la foto inferior, antes de entrar al horno, donde permanecía hasta salir con un bello tono dorado.

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Me recordó al pan persa que comprábamos caliente los domingos en el Este de Londres. En la casa donde nos quedamos en Ereván, por las mañanas nos ponían un desayuno tan sencillo y humilde como delicioso: uno trozos de pan matnakash con mermelada casera de albaricoque, la fruta nacional de Armenia (Prunus armeniaca).

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El sabor de esa mermelada era sencillamente increíble, aún lo recuerdo con nitidez.

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Pan y panaderías en Georgia

Como me fui a Londres directamente después de las vacaciones en Georgia y Armenia, no me dio tiempo a hacer una entrada sobre el pan de aquellos lugares.

Tbilisi, la capital de Georgia, me impresionó por su cantidad de panaderías, casi en cada manzana hay una. Según paseas por sus calles se suceden los pequeños obradores donde panaderos, a menudo solitarios, van sacando alargadas y planas hogazas de shoti caliente. Este es el pan que ya había probado en Barcelona, de la panadería georgiana del Clot. Al igual que en el Clot, cada panadería tiene un horno cilíndrico con apertura superior, pariente del tandoor indio. Los había de leña, de gas, incluso eléctricos. Los panes se forman sobre una especie de almohada y después pegan directamente en la pared del horno, donde se cuecen. En la primera fotografía, el panadero saca un pan del horno con un gancho alargado.

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En nuestro deambular por las calles (a veces en ruinas) de la parte vieja de Tibilisi nos encontramos con decenas de estos obradores, y entré en varios para charlar con los panaderos georgianos (dentro de lo que mi georgiano y ruso permiten). Es curioso, ya que todos mostraban una gran simpatía y amabilidad hacia mi curiosidad. Se me ocurrió entonces que el ver trabajar a un artesano del pan aquí es algo cotidiano, tan diferente de nuestro día a día, donde la figura del panadero ha desaparecido casi por completo. Además, el shoti es un pan rápido, que se cuece en apenas 5 minutos y se va elaborando sin pausa a lo largo de todo el día, con lo que el panadero siempre está presente, ahí mismo, a la vuelta de la esquina.

Además del shoti, el otro gran protagonista de las calles, bares, cafés, autobuses, trenes y restaurantes de Georgia es el jachapuri (khachapuri en su habitual transcripción inglesa, que carece del sonido aspero y arábigo de la jota). En el cartel de la siguiente foto dice jachapuri (el georgiano es fantástico, no tiene mayúsculas)

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El jachapuri es en esencia una masa de pan con queso; pero esta definción apenas comienza a abarcarlo, ya que hay una infinidad de variaciones de formas, tamaños, ingredientes. Desde masas casi hojaldradas hasta fritos; desde grandes tortas cubiertas  con queso caliente, hasta pequeñas bolsas de pan encerrando una mezcla de quesos locales (los lácteos georgianos son para escribir un tratado), incluso el jachapuri de la región de Ajaria, coronado con huevos y mantequilla nada más salir caliente del horno. La verdad es que se podría escribir todo un libro sobre este auténtico símbolo nacional. El jachapuri es el sustento diario de millones de georgianos, una comida humilde y potente. En la foto inferior en su versión «emplatada», en un pequeño café en las montañas de Kazbegi.

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Durante el viaje, de camino a la remota región de Svaneti,  pude ver cómo lo elaboradan en la plancha de una cocina de leña.

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Una cosa que me llamó la atención es que el jachapuri siempre lo elaboran las mujeres y el shoti siempre lo elaboran los hombres. Curiosamente, muchas veces el mismo negocio tiene dos mostradores, en uno venden shoti, y en el otro, elaborado con bolas de la misma masa, venden jachapuri.

Por lo que pude ver, los georgianos son grandes consumidores de pan, y en general de cualquier tipo de masa, ya sea cocida, frita, a la plancha, etc. Las masas fritas son muy populares, las hay te todas las formas, tanto dulces como saladas.

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Al igual que muchos otros platos georgianos, estas masas parecen un cruce de caminos gastronómico, a veces familiar, muchas otras veces con un toque del Este y Centro de Europa; algunos de estos fritos recordaban a delicias como el langosh húngaro y eslovaco, o los ruske pirovske («rollos rusos») que comí en Eslovaquia.

No obstante, además de productos artesanos, elaborados por una persona a la vuelta de la esquina, me dio la impresión de que el gusto georgiano por el pan es poco menos que desmedido. Vi también muchos tipos de pan tierno, muchas veces de producción industrial, de miga blanda, suavísima, con ese toque dulzón del trigo local. Un pan que se veía mucho era uno plano y redondo elaborado en molde, bastante chocante (el de la foto de la furgoneta). Aunque también había todo tipo de bollos y panes de molde. No era extraño encontrar incluso algún pan negro, de centeno, de clara influencia rusa.

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Ya en la mesa, el pan siempre está presente, me recordó un poco a esta actitud tan española de no poder comer si no hay pan en la mesa. Para acompañar a este pan, un poco de música georgiana que canta a sus valles, sus caminos, sus gentes y su vino, Baiar Shahini.

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Vainas con especias de allá

En casa de un amigo que empata con Siria por un lado de la familia, probé hace años unas vainas especiadas al modo de allá que me sorprendieron mucho, sobre todo cocinadas por un ama de casa vasca amante de la buena cocina tradicional.

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Así que el otro día compramos unas vainas y un poco de carne de cordero picada para ponerlo con un ras el hanout casero y unas pasas… y unos higos que estaban perfectos. Entre el comino, la canela y los higos, me recordó bastante a los deliciosos guisillos de Marruecos.

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Gazpacho, Stilton y salmón ahumado

La primera comida en casa, con un pie aquí y un pie aún allí.

GazpachoStilton

Me dio la frutera unos tomates de esos que están rojos de puro maduro, y un pepino que se olía desde el salón al cortarlo.

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Masa madre centenaria de Dinamarca

Ya de vuelta en casa, me tocan las labores ingratas del pan: tirar la harina rancia (qué calor hace en Barcelona), revivir la masa madre, ordenar todo. También tengo algo más grato, encontrarle un sitio a la masa madre que me traje de Ottolenghi. Es una masa madre centenaria que Dan Lepard trajo en su día de Dinamarca.

MasaMadreDinamarca

En concreto, el delicioso capítulo sobre el pan en Dinamarca del delicioso «The Handmade Loaf» (mi libro de pan favorito, y uno de mis libros favoritos)  tiene un pasaje en el que habla de esta masa madre. Así que, antes de ponerme a trabajar, me demoro deleitándome con este pasaje (traducción libre y apresurada):

Eva Hauch trabaja en una oficina. Sentados en el jardín, bromeamos sobre los proverbios que usan el pan o la panificación como metáfora. “A veces, cuando vemos a un hombre grande y musculoso, lo llamamos stort brød (pan grande)”, dice riendo. Eva me pregunta cuando voy a marcharme. “Estoy horneando una hogaza ahora mismo”, me dice. “Todavía está en el horno, pero seguramente estará lista para llevar mañana”. La hogaza de la que habla es el pan negro tradicional,  rugbrød (pan de centeno). “Este surdej (masa madre, literalmente masa agria) procede de Bornholm. Cuando estábamos en Esrum un amigo de nuestro vecino me dio un trocito de este fermento. Me dicen que tiene más de cien años. Mucha gente me cuenta historias de estos fermentos míticos, preservados como una reliquia y parte de su herencia. Cuando los chicos estaban creciendo, hacía pan con ella habitualmente. Mi amigo y yo hemos regalado trozos del fermento a otros amigos, compartirlo es una forma de mantener vivo el fermento, y una garantía de mantener la tradición”. Al día siguiente trae la hogaza, cuidadosamente envuelta en papel parafinado, con precisos pliegues a ambos lados, y metida en una bolsa de plástico claro. “No lo comas hoy”, me advierte, “la miga estará pegajosa y arcillosa. Deja que madure unos  días”. Y así lo hago. Sobrevive al vuelo sin daños y cuando, ya en casa, abro el paquete en la mesa de la cocina, está perfecta. Ligeramente abombada por encima, tiene una corteza oscura, casi de chocolate. Cortada en rebanadas, la miga tiene una textura ligeramente cerosa. El sabor es una mezcla del tradicional toque penetrante del centeno, el agrio de la masa madre y un fuerte regusto a regaliz.

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Diario de un aprendiz de panadero: el final

Llegó el momento de marchar. Es hora de ir recogiendo los recuerdos, los ratos pasados en este lugar; limpiarlo bien todo, apagar los hornos, y salir sin hacer mucho ruido. Como cada amanecer, cuando la noche acaba y dejo el obrador con las primeras luces, pedaleando hacia el Este.

DAPMETHorno

La noche en un obrador tiene algo, tal vez me lo parezca porque, además, soy una persona nocturna; pero hay una camaradería especial, que no entiende de idiomas, y sí de gestos, de cafés y de masas.

DAPCafes

Así que estoy seguro de que este mes será como un souvenir que nous allons chérir toute notre vie. Como recuerdo físico, me llevo tan sólo una lata de canela vacía.

DAPPolak

Es holandesa y, curiosamente, se llama Polak (y tiene los colores de Polonia). Será la mejor caja de galletas. Me gusta llevarme algún objeto de los sitios donde vivo: mi taza preferida de Amsterdam, mis alforjas de Hamburgo, multitud de pequeños objetos de los años en Londres.

Ya está.

DAPBiciAmanecer

La misma sensación que se ha repetido cada mañana: dejar el trabajo atrás y salir a una ciudad tranquila, a un mundo casi por hacer. La semana que viene, vuelta a Barcelona, a preparar los cursos para este otoño y, más allá, pensar cuál será el siguiente destino.

La última canción de este diario es mi canción polaca favorita: «My» (Nosotros), del grupo Myslovitz. Habla de nosotros.

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