Tenemos en casa un auténtico botín cántabro.

Quesucos de Liébana, de cabra, vaca y ahumado, queso de nata, anchoas de Santoña, cocido montañés, diversos postres lácteos (!las natillas son de huevo!), sobaos, cosas torrelavegenses como TachoCao (algo sólo conocido por paladares muy cántabros), pastas de la pastelería Vega, chocolate y harina del Horno San José, morcilla de Barquín y, en caso de que hubiera dudas, sí, eso es vino de Cantabría, de Liébana.
Y para cenar, otro pequeño tesoro llegado de Cantabria, huevos de casa, de gallinas que corretean por Suances, al lado del mar.

Acompañados con espinacas y fritos con puntillas, chof chof.
La caja sincrética
Vamos, The sincretic box. Bueno, más concretamente The sincretic kutxa.
Siguen las mudanzas y voy recuperando poco a poco los objetos de mi cotidianidad londinense. Como mi caja sincrética. Es una lata con bonitos «motivos vascongados», con sus caseros, sus pescadores, su caserío, su chacolí y su cerdo esperando la matanza. Me hace gracia porque es casi una versión pop del ensimismamiento poético de una escena de Zubiaurre.
Pero esta caja tiene un secreto; es mi caja de especias (en su mayoría indias).
Aquí guardo mi cardamomo, mi fenugriego, mis semillas de mostaza, el sumak, la nigella, la canela de corteza india, y muchas más. Con ellas hago mis mezclas de curry y avivo cualquier plato.
Incluso de lejos, con la caja cerrada, puedes oler su contenido…casi puedes dejar volar la imaginación y ver a los personajes de esa estampa de tipismo bailando al ritmo hipnótico de la música hindú. Es mi caja sincrética.